El accidente aéreo ocurrido el 20 de octubre de 1986 no tiene análogos en la historia y, muy probablemente, en la práctica mundial. Tan monstruosa y estúpida fue la muerte de 70 pasajeros, entre los que había 14 niños. Y la culpa fue banal, la irresponsabilidad del capitán del avión y el descuido de las normas de seguridad de vuelo. El despegue transcurrió sin excesos, así como la siguiente hora de vuelo hasta el lugar de aterrizaje intermedio. Y aquí el comandante de la nave decidió demostrar su habilidad a los miembros de la tripulación apostando a que sería capaz de aterrizar a ciegas – por instrumentos.
No menos extraño es el comportamiento del copiloto, navegante e ingeniero que accedió a semejante aventura. Antes de la aproximación cerró las ventanas de observación de su lado con cortinas e inició el descenso.
Pero, como resultó, no es tan fácil orientarse sólo por las lecturas de los instrumentos, por lo que el avión se acercó al suelo a velocidades verticales y horizontales demasiado altas, además, con un «cabeceo» – simplemente «picoteando el morro».
Lo más sorprendente de esta historia es el nivel de irresponsabilidad de todos los miembros de la tripulación. El copiloto vio claramente que la aproximación al suelo era de emergencia, pero no hizo nada. A 35 m de altura, el piloto al mando se dio cuenta de que el descenso no iba según lo previsto y pidió a su ayudante que abriera las ventanillas, pero ya era demasiado tarde.
El avión chocó contra la pista con una carga de 4G. La estructura del avión falló. Los primeros en «plegarse» fueron los trenes de aterrizaje y, a continuación, el cuerpo de la aeronave se partió en dos pedazos. Por inercia, el «ciento treinta y cuatro» se deslizó sobre el aeródromo unos 300 metros y se incendió debido a la fuga de combustible de los depósitos.
El servicio de rescate de emergencia del aeródromo acudió al lugar casi de inmediato, pero pocas personas fueron rescatadas.
Como el avión volcó durante el accidente, los pasajeros estaban atados a sus asientos y colgados boca abajo. 58 personas murieron intoxicadas por los productos de la combustión, incapaces de desabrocharse el cinturón y escapar de los restos del avión en llamas. Otras 11 personas murieron más tarde en el hospital por la misma razón. Entre ellas se encontraba el copiloto que, al darse cuenta de su error, se apresuró a rescatar a los pasajeros de la cabina.
El capitán y otros miembros de la tripulación sufrieron heridas leves. Todos fueron suspendidos de pilotaje, y el comandante de la tripulación (ahora ex) fue condenado a 15 años de cárcel. Tras una revisión del caso, la condena se redujo a 6 años, que el autor cumplió íntegramente.